viernes, 5 de abril de 2019

Una anécdota


La última jornada de los JDN Individuales Sub12-14, que se disputó el pasado fin de semana, se celebraba con un calendario un poco abigarrado, con triple ronda y comienzo a las 9h, que tampoco es lo habitual. Además, la jornada se disputó tras la noche del cambio de hora de primavera.

Cuando miré cómo iban los resultados vi que había habido una incomparecencia a primera hora y esto me recordó la historia que os voy a contar a continuación. Lo cierto, es que fue una impresión temporal, porque luego comprobé que el jugador no se presentaba al resto de las rondas. Pero la impresiones, permanecen y, por eso os quiero relatar esta pequeña anécdota.
Finales de los 70 (es posible que algunos de los padres y madres de nuestros txikis ni siquiera hubieran nacido por entonces) en un Campeonato Juvenil, no de Navarra, pero tampoco muy lejos de aquí. El emparejamiento enfrenta a dos compañeros de club que habían jugado entre ellos una y mil veces, siempre con el mismo resultado. Lo cierto es que había bastante diferencia en el nivel de juego y, aunque, como suelo comentar con cierta frecuencia, no hay peor cuña que la de la propia madera, mientras que uno de ellos era de nivel bueno-estándar, el otro, con el paso del tiempo, no mucho, por cierto, llegó a ser MI. Si esto es siempre es muestra objetiva de un nivel de juego considerable, creo que más mérito aún tenía en aquellos años y, mientras que discutir sobre esto nos llevaría algún tiempo, los que jugaban por entonces creo que estarán de acuerdo conmigo.
El caso es que el jugador más débil, a priori, urdió una treta psicológica para desestabilizar la partida e intentar conseguir alguna chance de resultado positivo. Como el tiempo de espera de cortesía era de una hora, planeó llegar con retraso. Mucho retraso. Lo suficiente como para que el jugador más fuerte se confiara en una victoria por incomparecencia y habiendo disminuido su nivel de atención, él aparecería en la Sala e incrementaría sus posibilidades de resultado positivo.
Para quien pudiera estar pensando en que le margen de tiempo que se estaba concediendo tal vez, fuera demasiado corto, tengo que recordar que, por aquel entonces, el ritmo de juego era de 40 ó 48 jugadas en 2 h, con tiempo adicional para el resto de la partida. Así que bueno, eran unos 65 minutos para 40 jugadas. Una concesión, sí, pero buscando el efecto psicológico.
El caso es que habiendo pasado un tiempo desde el inicio de la ronda. Nuestro compañero irrumpió en el lugar de juego, una coqueta Sala Capitular de un Ayuntamiento y, por causalidad, se encontró conmigo y me preguntó: “¿Como está XXXX? ¿Está nervioso? ¿Tú crees que le he descentrado?
Con cierta sorpresa ante su presencia y su pregunta, le contesté: “No. Está relajado. Muy tranquilo.” El pareció desconcertado, porque la treta parecía no haber surtido el efecto deseado. “Tan tranquilo”, proseguí, “porque hace tiempo que ha ganado”, ante la cara de incredulidad de mi compañero, le tuve que aclarar que no había reparado en que esa noche cambiaban la hora y accedía a la Sala de juego, no con 55 minutos de retraso, sino con casi dos horas. Su rival se adjudicó la victoria con menor esfuerzo del previsto y, definitivamente, el planteamiento no había surtido efecto…o, al menos, no el deseado.

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